lunes, 8 de mayo de 2017

Dos realidades, dos mundos, un solo sentiemiento.

Lo miro, lo observo atentamente.

Sus manitas pequeñas y blancas levantando cada pieza de color, construyendo algo que en su imaginación será una casa, un taladro, un avión o quien sabe qué, pero que en la realidad no es más que una sucesión de piezas de colores que encajan unas en otras.

Lo miro, lo observo atentamente.

La alfombra de color claro, sobre un suelo burdeos. Es invierno, en la calle hace frío, pero en casa la chimenea manteniene un ambiente agradable. Sus manitas montan y desmontan piezas, y mi cabeza vuela lejos.

Me traslado a un lugar donde invierno significa lluvia, aunque nunca hace realmente frío. Por un momento vuelvo a Solentiname, a una tarde en la que también miraba atentamente a un niño jugar.

Lo miro, lo observo atentamente.

Sus manitas pequeñas y morenas pasando agua de un recipiente a otro, jugando con algo que en su imaginación son botes o peces o cocodrilos, o quien sabe qué, pero que en realidad no son más que unos pequeños trozos de madera de balso, descartes de las piezas de artesanía que sus padres están trabajando.

Lo miro, lo observo atentamente.

Nada de alfombras, nada de suelo, directamente los pies descalzos sobre el lodo, pequeños brotes verdes alrededor que marcan el inicio de los meses de lluvia. Lodo en los pies, en las manos y en el boxer, única prenda de ropa sobre su piel oscura.

Tantas diferencias, y a la vez tanta similitud.

Dos realidades, dos mundos, un solo sentiemiento.