Cada día me gusta más esta Doñana tuya, padre. Cada día soy más consciente de haber llegado a ella tarde, pero me alegra mucho pensar que más vale tarde que nunca.. ese optimismo tozudo, que a veces me acompaña.
Tarde porque ya no tengo la viveza y la inquietud de hace unos años, tarde porque esta Doñana no es la que era y los cambios de los años recientes son tantos y tan rápidos que, como con el cambio climático, nada se adapta de manera suave, tarde porque muchos de los habitantes de Doñana, esa gente que la sueltes donde la sueltes de este territorio sabe donde está y conoce anécdotas de cada sitio, se han marchado o se irán pronto, como tú; y tarde sobretodo porque no me dio tiempo a compartirla contigo más que un poquito.
Sí, ya sé, casi nací aquí, me crié dentro de Doñana, oyendo las novedades por la emisora, aún me dio tiempo a conocer y apreciar ese artilugio que sonaba estridente dentro y fuera de casa, disfruté de vivir en el campo, de pasear por entornos vedados a otros, nos trajiste a tus rincones favoritos tantas veces, y aprendimos a admirar la belleza de esta tierra, la nuestra, contigo. Soy consciente, porque los he vivido, de algunos de los cambios importantes de Doñana, sé lo que era tomar un café de pucherete en una fría mañana de invierno, después de haber visto amanecer en algún lugar precioso, escogido por ti.
Tengo suerte, mucha suerte, he sido y soy increiblemente afortunada. Pero aún así, llegué tarde; triste que sólo ahora me dé cuenta, ahora que de verdad es demasiado tarde.
Como te decía, soy afortunada hasta un extremo increíble. Cada día soy consciente, pero algunos días no sé ni como gestionarlo. Puedo parecer inexpresiva, puede que no dé saltos de alegría, pero me llevo el corazón tan lleno de sensaciones maravillosas, que quizá es por eso que quiero disfrutarlo con calma y sin aspavientos.
Salir al amanecer con niebla espesa y frío, que según avanzas por la marisma la niebla sea cada vez más espesa, que un paisaje de por sí inquietante y casi ausente de referencias se vuelva completamente blanco y monotóno, oir sólo el chapoteo de los cascos del caballo en el fango y el agua rala, escuchar apenas los reclamos nupciales de algunos de los habitantes de esta tierra hostil, reconocer una veta o un caño, sorprenderte de lo seco que está un determinado lucio, llegar a aquellos lugares donde nunca había estado, ver en primera persona nidos, parejas, huevos...
Compartir un trozo de pan, unas latas, un poco de chorizo y unas naranjas, con los pies embarrados, junto a un pozo o una valla allá donde el silencio lo llena todo, escuchar historias de la marisma, confidencias e inquietudes de alguien para quien la Marisma es su casa.
Son experiencias que no tienen precio, pero de un valor incalculable, sobretodo para el espíritu. La Marisma enamora, engancha y llena, tú lo sabías bien y lo disfrutabas.
Llegué tarde también a salir a caballo contigo, te negaste a acompañarme (a acompañarnos) por esa extraña elegancia tuya, esa vanidad que te impedía subir al caballo desde un poyo o bajar del caballo con ayuda de otros, y no creas que no lo entiendo, pero a mí egoístamente, me faltó compartir contigo unas horas a caballo y lo siento; habrían hecho de una experiencia sin precio un recuerdo imborrable en mi memoria. Aún así, gracias siempre por permitirme Vivir.