viernes, 30 de diciembre de 2016

Pescado para el almuerzo.

 Aún no ha amanecido cuando salimos, pero ya clarea. Ayer, cuando ya el sol estaba bajo, dejamos las redes tendidas y ahora vamos a revisarlas.

 Me despierto pensando en eso, imaginando qué habrá pegado en las redes, si habremos tenido suerte o, si por el contrario, las capturas serán pocas, pequeñas o inútiles.


  El lago está en calma, se ve de un hermoso verde hoy. El botecito nos espera en la orilla, paciente, la regala naranja y el interior azul, apenas unas tablas por bancos, la proa ya apuntando al lago.

 Es temprano y el agua se siente fría, ahora no llueve, pero llovió durante la noche; ahora en cambio el cielo está azuleando rápido, las nubes se mantienen lejos, allá sobre tierra firme.




 Empujamos el bote al agua y encendemos el motor. Es un auténtico lujo estar en mitad del lago, con esta calma y este cielo, con estas islas verdes alrededor. Me siento como si estuviera dentro de un documental; si, uno de esos de naturaleza, de los que tanto me gusta ver. Imaginaos, el lago verde, las islas alrededor, monos congo en la isla más cercana, observándonos. Mojarras, guapotes, machacas, roncadores o robalos en las redes, tal vez algún cangrejo o alguna tortuga ñoca, que se ha enredado por venir a comer pescado...


 
 El tiempo pasa, el sol sale y comienza a calentar. Los monos ya no nos observan, han seguido con su rutina, en busca de su comida; pero hay otros ojos que no se nos quitan de encima, las garzas desde la orilla y el pelícano desde encima, además de los del águila pescadora (gavilán para algunos) que pasa una vez y otra sin atreverse a bajar; todos esperan los descartes, alguna mojarra demasiado pequeña, los restos de un pez mordisqueado por tortuga o cangrejo, todos esperan pero casi ninguno se atreverá a acercarse demasiado, esperarán a que nos vayamos para desayunar, si es que hay en las redes algo que puedan aprovechar.


 Levantamos las redes, vamos tirando poco a poco, desde una punta; tirando despacio, soltando con cuidado cada uno de los pescados. 

 Hoy no ha ido tan mal, comeremos pescado, frito, en sopa o en ceviche (mi favorito), mañana ya veremos qué se come, pero hoy será pescado. 





 Ha caído un "pez diablo", especie invasora que se alimenta de los huevos de todas las demás especies del lago, por lo que nadie por aquí los quiere mucho; tampoco nadie lo come, aunque internet dice que su carne es sabrosa y muy rica en Omega3. Yo tengo pendiente probarlo, aunque tendré que enfrentarme a sus escamas duras y rasposas, casi como una lija, y superar el prejuicio que supone que tenga un nombre tan amenazador.

 Ya vamos de vuelta, el sol en la cara y el agua, que ya no se siente tan fría, salpicando de vez en cuando. Ya tengo la comida de hoy prevista, y apenas son las siete de la mañana, aún me queda todo el día por delante.

jueves, 29 de diciembre de 2016

Una se acostumbra

Una se acostumbra a los árboles caídos, a los rodeos en el camino, a ver el lago desde donde antes no se veía, a las calvas en el bosque, a las casas cubiertas de plástico...

Una se acostumbra porque no queda más remedio, porque no siempre se puede estar sobrecogida, porque lo desolador se vuelve cotidiano.

Pero aquel día, aquel primer día tras el paso del huracán Otto, después de una tarde y una noche de viento y lluvia, de ruidos estremecedores en mitad de la noche oscura, de carreras bajo la intensa lluvia, después de mucho café con pan, cuando por fin amaneció, la imagen era desoladora. Muchos de los ruidos de la noche eran árboles cayendo, o ramas partiéndose. Aquella mañana no había un solo camino transitable. Salir a ver lo que había ocurrido, comprobar que no había nadie herido, o lo que era peor, perdido. Ver que las casas del pueblo no estaban dañadas.





Con la cantidad de árboles que han caído, parece un milagro que ninguna casa fuese sepultada por un árbol, que nadie resultase herido.

Hay casas afectadas en otras islas, y sobretodo hay cosechas perdidas, ¿qué van a comer a partir de enero, en pleno verano y sin cosecha de frijol? ¿cómo van a sobrevivir el año que viene, si no les ha quedado ni un solo chagüite?. Las plantaciones de maiz están segadas completamente, casi a ras de suelo, todas. Estos días, quizá el próximo mes, o tal vez dos meses, habrá para comer de lo cosechado anteriormente, pero a partir de ahí, se esperaba estar cosechando frijoles de nuevo, para comer y para vender, pero ¿y ahora?.







Dios proveerá, eso creen aquí. Ojalá así sea.


jueves, 8 de diciembre de 2016

La Gran Nicoya

Desde el 10.000 a.C. hasta aproximadamente el 1.500 d.C., en esta parte de Centroamérica se desarrolló una cultura llamada "la Gran Nicoya", que ocupó un amplio territorio, donde hoy se encuentran Panamá, Costa Rica y Nicaragua. Es una cultura amplia y diversa, pero específica de esta zona y bien diferenciada de las culturas de más al norte, Mesoamérica, y de más al sur, norte de Sudamérica.

Es sorprendente que se mantuviera duarente tanto tiempo, en un territorio tan relativamente pequeño, una cultura tan bien definida, teniendo en cuenta que se mantenía un activo comercio con otros territorios, como lo demuestran las piezas de jade provenientes del norte y las de oro provenientes del sur.

Solentiname, así como otras islas del lago, tuvieron especial relevancia cultural a partir del 500 a.C., debido a la situación geográfica de las islas, que las hacen punto de encuentro en las relaciones entre las sociedades del ámbito Mesoamericano y las del norte de Sudamérica,  a veces lugar de encuentro e intercambio pacífico y otras veces lugar de sangrientos conflictos.

A mí estas piezas sólo me llevan a acumular interrogantes, ya que no hay mucho donde investigar al respecto. En cualquier caso me parecen preciosas.











La causa probable de la desparición de la milenaria cultura "la Gran Nicoya" 

martes, 6 de diciembre de 2016

El país de los Colores

Estuve allí, viví intensamente esos días, y ahora los recuerdo en nebulosa, incapaz de concretar lo vivido, sin poder distinguir lo soñado. ¿Cuanto de lo que recuerdo fue real y cuanto fruto de mis propios sentimientos? ¿Cuanto de lo visto estaba realmente ahí, y cuanto dependía de mi manera de mirar?.
Yo lo vi, vi por el espejo retrovisor ese pantalón remendado en el culo, bajando de la parte trasera de la pick up, remiendos oscuros en un pantalón vaquero tan raído que encoge el corazón. Estoy segura de haberlo visto, y recuerdo la sensación de irrealidad; pensar "no es posible, no es verdad que hemos traído hasta aquí a un niño de doce o trece años, que caminaba a la orilla del camino con un saco encima de mayor volumen que él, y quien sabe si de mayor peso, con un pantalón vaquero con parches tan grandes como sandías en el trasero". Recuerdo que se me saltaron las lágrimas en ese instante, por el retrovisor cada vez más lejos veía un enorme saco blanco del que parecían colgar dos endebles piernitas, que sin embargo lo sostenían.

Hacía calor, yo sudaba tanto por el sol como por los nervios pasados, el camino en continua pendiente y con curvas como espirales de caracol me hizo sufrir. Casi era medio día y el olor de tortillas de maiz en el comal invadía el corredor; la pared, a mi derecha, está llena de dibujos infantiles, el escudo de Guatemala con su hermoso quetzal verde y rojo, princesas Disney, perritos y gatitos... La viga de mi izquierda, alta y oscura, tiene en cambio otros dibujos, con gran detalle, pintados con tiza blanca, nada de color ahí, pistolas, eso es lo que veo dibujado allá arriba. 

La música a todo volumen, bailan, los chavales que pueden bailan, pero no todos pueden. Algunos sólo están ahí, sentados, con muecas que no sé si son de gozo o de disgusto, no sé si la música les gusta o si les molesta, no lo dicen. Algunos me abrazan, otros me invitan a bailar, casi ninguno habla, pero se hacen entender. A mí me hacen sentir parte de su dinámica, aunque acabo de llegar, y estoy a punto de irme; ellos se quedarán aquí, este es su hogar y lo será probablemente para siempre. Nada mejor los espera fuera de este recinto, nadie los quiere más que aquellas personas que los cuidan aquí. Ellos son sin embargo puro amor hacia el que llega. Sé que los viví de cerca, no los soñé, porque sus huéspedes son ahora también los míos.
El mercado ha cambiado en los últimos años, ya no es como yo lo reuerdo. Aunque el colorido se mantiene, las voces se mantienen, el olor de  la cera se mantiene. La basílica me parece igual de inmensa, igual de blanca, en medio de tanto color, y el Cristo igual de negro. He vuelto a pasar por Esquipulas, años más tarde, he vuelto a sentir sus calles, el fervor y el horror. Aquí los recuerdos de otras vivencias se mezclan con el presente.


En estos días viajé una vez más por caminos de ida, sin regreso, he llegado a lugares de los que nunca volveré, y sin embargo aquí estoy de nuevo.

Vi pájaros de colores, flores de colores, tumbas de colores, telas de colores... por eso Guatemala siempre será en mi memoria "el país de los colores".












sábado, 5 de noviembre de 2016

No le llegan los pies al suelo, ni el alma al cuerpo.

No le llegan los pies al suelo, ni el alma al cuerpo. Lo primero lo veo, lo segundo lo supongo. 
Es bajita (chaparra dirían aquí), está sentada en una silla de plástico roja, junto a la puerta, desde fuera sólo veo un lateral de su cara iluminado por la bombilla, su hombro y los pies descalzos colgando sin llegar a tocar el suelo.

Su nieta, que aún no tenía cinco meses de vida, murió anoche.

Ahora es de noche otra vez. La casa es la única con las luces encendidas, desde el corredor que une cocina y casa, cubierto con hojas de palma, se ven las linternas de algunas personas que vienen de camino. Huele a café.

Es una tragedia, una suma de desastres ha desencadenado la muerte de una niña de menos de cinco meses. 

En la cocina, un grupo de mujeres está preparando arroz y café. Cuando sucede una cosa así en las islas, los vecinos y familiares se encargan de casi todo. Unos han traido gallinas, otros arroz, otros café, otros pan, otros las verduras... están en esta casa las sillas de todas las casas de alrededor, cada una de un color y de una forma, pero eso ahora no tiene importancia.

Unos llegan, otros se van. La mayoría de mujeres está dentro de la casa, sentadas alrededor de la sala, pegadas a las paredes, charlando. Sobre la mesa con mantel blanco una cajita de mas o menos un metro, forrada de raso de color verde pálido y la niña dentro de la caja. Vestidito blanco, sonriente, ojitos abiertos, manitas sobre la barriga. La caja casi siempre cerrada. 

Los hombres se mantienen fuera de la casa, en el corredor o bajo un toldo de plástico especialmente colocado para la ocasión.

El café caliente sienta bien. Ya está oscuro, hace viento, se siente frío. La casa tiene unas preciosas vistas al lago, con la ensenada y la Lagartera abajo, la costa de San Miguelito a lo lejos.

Los remedios tradicionales, tan utilizados a lo largo de los años, han fallado esta vez. No supieron administrarlos bien, eso y que vivir en este paraíso tiene sus desventajas y una de ellas es que si hay una urgencia, no es tan fácil salir corriendo para llegar al hospital. No se pudo hacer nada.

Al alejarnos de la casa en el bote, camino de un descanso, vuelvo la vista y confirmo que es la única luz encendida, junto con las estrellas.

Mañana cuando amanezca la enterrarán (el momento más duro, según me dice alguien que perdió dos hijos hace ahora dieciséis años). Entonces, ya en el cementerio, su madre se acercará a la cajita verde, la abrirá y le dirá a su niña que la quiere, muy bajito, con una serenidad que me sorprende: su padre que no quitará el brazo de sobre los hombros de la madre, le besará la frente muy suave. 

Los espectadores observaremos mudos, hasta los niños y los pájaros respetarán el momento.

Ella, su madre, cerrará la caja con ciudado por última vez, habiendo puesto dentro antes una flor de buganvilla, sobre el pecho de su niña muerta. Y derramará unas lágrimas en silencio abrazando la caja cerrada.

Descansa en Paz Iliana.

jueves, 18 de agosto de 2016

Lo más básico, lo esencial

Pone con mucho cuidado a la pequeña en la hamaca, tan suavemente que la niña solo se remueve un instante antes de volver a quedar inmóvil.
Tantas veces, mecida en una hamaca, he pensado que la tela de la misma debe ser algo parecido a un útero materno. Suave, adaptándose al cuerpo, cálida y húmeda en estas latitudes; esa sensación de ingravidez, el mecido suave, los bordes protectores abrazándote.
Esta imagen de hoy me lo confirma.
Esta pequeña nació hace poco mas de un mes, y su madre nació ya en este siglo.

Charlamos mientras ella saca, de la pana de arroz que sujeta con las rodillas,los granos que no han perdido la cáscara, las piedritas y cualquier otra impureza, con una mano levanta un puñado de arroz y lo va dejando caer poco a poco de vuelta en la pana, con la otra mano expurga de manera mecánica y continuada.
Trabaja como si no lo hiciera, de tan suave, tan rítmico, tan artistico; resulta casi hipnótico.
No me mira, pero me presta atención. Con los dedos de un pie sujeta una cuerda que va a la hamaca, si la niña protesta o se mueve, ella mece la hamaca sin dejar de trabajar. La pequeña, complacida en ese sustituto de la primera morada, duerme tranquila y plácidamente.
El hermano pequeño de la mujer nos mira desde el fondo del corredor, tímido y cauteloso; la mujer se levanta, va a la cocina, abierta y algo alejada de la casa  (se cocina con leña), trae un platito con comida y llama a su hermano, que llega con la cabeza gacha y arrastrando un poco los pies, se le sienta en el regazo.
Con los dedos ella va estrujando los frjoles y mezclandolos con el arroz, y hace una especie de bolitas, que va metiendo en la boca del pequeño, de apenas año y medio. Yo pienso en las golondrinas, que tantas veces he visto alimentando a sus pollos, esos picos abiertos, esas madres esforzadas. Hay amor en este acto, pero también instinto animal.

Me despido, mientras la pequeña aún duerme y el pequeño no tardará en caer.

jueves, 4 de agosto de 2016

VIII Torneo de Pesca Solentiname

Celebrado en la isla de San Fernando los días 30 y 31 de julio de 2016.



 Dos días de pesca desde el bote, recorriendo los contornos de diferentes islas, disfrutando de la fauna y de los paisajes.


El primer día querían que yo llevase a pesar un guapote que yo no había pescado, y mi respuesta fue "¿quien se va a creer que yo he sacado eso?", así que sólo un par de fotos con ellos en el bote, y los pesaron quienes los sacaron.


Pero llegó el domingo, y ¡saqué mi propio guapote!, no sé si alguien de los que no estaban en el bote se lo creería, o se lo creerá, pero yo estaba allí, y tengo una grieta en el dedo de la lucha con el guapote, y sé que yo lo saqué, así que el domingo llegué al pesaje con mi pescado; pesó 3,8 libras, lejos del de 4,9 libras que ganó el torneo, pero era el mío. Y yo estaba feliz.


No se dio tan mal la pesca del día.



Para finalizar, entrega de trofeos y sorteo de diferentes premios. Me vine con mi guapote, que convertimos en ceviche, y con un motorcito. No me puedo quejar ni un poco.

Trofeos realizados en madera de balso, por diferentes artesanos de Solentiname.







 
Mi pequeño motor.

El video de Canal4, un pequeño resumen y algunas imágenes del VIII Torneo de Pesca de Solentiname:

https://www.youtube.com/watch?v=ChZPlP75B-Q