viernes, 20 de noviembre de 2015

Días de futbol

El fútbol, ese deporte que atrae, emboba y reúne a tanta gente en el mundo.

Aquí, en Solentiname, el fútbol es la actividad reina de la semana. Viene gente de todas las otras islas, se juega en Mancarrón siempre, y los demás equipos se desplazan hasta aquí. 


Hay una liga masculina, en la que participan cuatro equipos Mancarrón, Mancarroncito, La Venada y El Colectivo. También hay dos equipos femeninos, Mancarrón y Santa Rosa-La Venada. Así que cada domingo hay tres partidos, uno masculino para empezar, el femenino en medio y otro masculino para terminar. Normalmente se empieza a jugar sobre las once de la mañana, pero depende de cuando lleguen los equipos de fuera, realmente no hay una hora exacta de comienzo, y los partidos dilatan casi todo el día, entre unas cosas y otras.



En "el cuadro" se pueden comprar frescos naturales, gaseosas, queso, pan, enchiladas, tajadas, pollo frito... Así que se come y se bebe, mientras los partidos se desarrollan. Es además lugar de encuentro y reunión, es momento e ver a la gente de otras islas con las que tienes alguna cuestión pendiente. 

A estas alturas del año se está terminando la liga, los equipos clasificados para jugar la final masculina son Mancarrón y La Venada, y se lo juegan al mejor de tres partidos. El domingo pasado se disputó el primero de los tres, y ganó La Venada por tres goles a dos. 




Mancarrón lleva siendo campeón siete u ocho años consecutivos, por lo que las apuestas estaban muy a favor de ellos. Pero el fútbol es así, ¿no? Cualquiera de los equipos que juega puede ganar.Veremos qué pasa este domingo, si La Venada gana serán los campeones 2015, si gana Mancarrón habrá que jugársela a un partido más, ya lo veremos.





Aquí en las islas, no hay muchas alternativas lúdicas, por lo que los domingos son días esperados por todos, incluso por mí, y eso que no me gusta el fútbol.... Este domingo además hay especial expectación, por eso de ser el segundo de la final, y ya estamos pensando en el resultado que vamos a poner en la porra, a ver si acertamos.



lunes, 16 de noviembre de 2015

San Carlos

Una vez cada diez o quince días, salgo de estas islas rumbo a San Carlos, la ciudad de referencia aquí, y donde se pueden hacer compras, arreglos y demás.

No me gusta nada ir a San Carlos, nunca me ha gustado ir a la ciudad, y aquí no iba a ser diferente; pero no tengo más remedio, es en San Carlos donde compramos el material de oficina, el material de construcción, la fruta y la verdura, la comida en general, y cualquier cosa que podamos necesitar.

Los martes y viernes hay transporte colectivo, sale de la isla a las cinco de la mañana y tarda dos horas y media en llegar a San Carlos, y eso que son poco más de veinte kilómetros de lago. Todos los días hay transporte turístico a las nueve de la mañana, que tarda poco más de media hora en hacer el mismo recorrido, pero cuesta tres veces más.
A mí personalmente el transporte colectivo me encanta, se llena de gente que va subiendo en distintos puntos de las diferentes islas, cada quien lleva lo que quiere vender en la ciudad, estos días toca venta de plátanos, aguacates (los últimos ya), arroz y maiz, también hay quien lleva pollos, huevos, calalas, limones... A veces me pregunto como es posible que flote el barco, de cargado que va. Pero nunca se plantea la posibilidad de dejar a alguien atrás con su carga, todos saben que es imprescindible el viaje.


Se llega a San Carlos a las siete y media, o poco más, cuando ya están abiertos todos los comercios, los bares y restaurantes, los bancos... Y aquí empieza la actividad frenética, porque a la una se va el bote colectivo, y hay que hacerlo todo antes de esa hora.




 Las calles se van llenando de gente según avanza la mañana, sobretodo los martes, que es el día en que llegan los botes de Papaturro, Sábalos y Solentiname. El muelle es un continuo trajín de gente cargada, de cargadores, de vendedores de helados, de comida, de frescos y de fruta. algún día en que tengo menos tareas, me quedo en el muelle un rato, sólo por el placer de observar. Cuando más aprieta el calor, siempre hay chavalos bañándose en el muelle, entre los botes y bajo las tablas.

Una de mis visitas obligadas es siempre el mercado, primero porque no es fácil conseguir fruta y verdura en las islas, por lo que una se va cargada de San Carlos, y después porque es otro de mis ambientes favoritos en cualquier ciudad. El intercambio de productos, los que compran y los que venden, es algo que disfruto mucho, y aquí, donde no conozco ni la mitad de las frutas y verduras expuestas, mucho más. Ya tengo mis puestos de confianza, donde sé que no me engañan con los precios, porque con esta cara de guiri.... Disfruto comprnado y charlando, preguntando por aquello que no conozco y dando recetas de las verduras comunes en España, es divertido.




El regreso vuelvo a hecerlo en el bote colectivo, otras dos horas y media o tres, hasta llegar a mi isla, la última parada del bote.
Antes el bote va parando en cada isla, en cada muelle, en cada puerto. Dejando gente, verduras, aceite, azúcar, gaseosas, productos de limpieza, materiales de construcción, bidones de agua potable y de gasolina, y un sin fin de cosas. 

Llegar a casa, guardar la compra, buscar quien acarree aquello con lo que yo no puedo cargar, y ya casi es de noche, hora de buscar algo que cenar y a descansar, los días en San Carlos siempre son largos y cansados, y las horas de bote te dejan el trasero molido, así que es un merecido descanso.

jueves, 5 de noviembre de 2015

Sábado de mañanita

Es temprano, pero ya hace calor, la época de lluvias ha pasado y el sol domina cada día en el cielo.

Estoy lijando unos pajaritos de balso, mientras los abuelos están tallando, sentados sobre troncos de madera bajo una enramada cubierta de hojas de palma. El tiempo pasa lento, calmado, conversamos sobre lalgo vida y lo vivido.

La artesanía es uno de los principales ingresos para muchas familias de las islas, el balso es una madera blanda, poco pesada y relativamente fácil de trabajar; primero hay que ir a buscar un árbol al monte, cortarlo y acarrearlo hasta casa, después hay que trocearlo, tallar la pieza y dejarla que seque al sol, lijarla, darle base, y pintarla, con eso queda la pieza lista para la venta. Los pajaritos que están haciendo ahora viajarán en unos días a Costa Rica, miden unas 4 pulgadas cada uno y los van a pagar a un dólar, mi pensamiento mientras lijo es ¿es ese un precio justo? ¿habría alguien dispuesto a pagar por cada pajarito lo que realmente vale?.

A unos metros, enfrente de donde estoy sentada, está la pared de tablas verdes de la cocina, y un banco bajito y largo, de madera también. Dos de los nietos están sentados en ese banco. Ella con chinelas rosa sobre los pies morenos, la cola desmadejada después de la noche, él con el pantalón de pijama rojo y azul, tiene unos ojos enormes y más claros que el resto de la familia.
Comen coco, la abuela les abrió a machete uno a cada uno, primero solo un agujerito para que se bebieran el agua, después abiertos a la mitad para comer la carne.
Los niños han vaciado medio coco, y se han repartido la carne, han rellenado el hueco con azúcar y mojan cada pedazo antes de llevárselo a la boca. Ella corre hacia mí, coco azucarado en mano gritando "Miloja, Miloja, pruébalo así, verás que rico".

Y sí, está realmente rico, no lo puedo negar. El abuelo mientras tanto, ha dejado a un lado el cuchillo de tallar y ha ido en busca de tres cocos más, los abre, uno para mí, uno para él, otro para su esposa. Descansamos bebiendo agua de coco, y comiendo la carne después. Un tentempié estupendo para estas horas de la mañana de un sábado cualquiera.