jueves, 29 de octubre de 2015

Felicidad, que bonito nombre tienes...

No, no echo de menos nada.

A veces pienso en alguna de mis comidas favoritas de allá, no lo puedo negar. A veces me gustaría tomar un café con amigos, y charlar, aunque sea del tiempo. A veces quisiera estar con mis hermanos y mis padres, en esas tardes de otoño, primeros días de chimenea y cartas. A veces me hace falta una alita bajo la que cobijarme, y no la tengo aquí.

Pero nada de eso es imprescindible, y todo lo tendré en un tiempo, así que no, no lo echo de menos, sólo lo pienso a ratos.

Aquí se vive muy bien, se come muy bien, y no me falta cariño, ni compañía. 

Pero hoy mi cabeza estará más allá que aquí, aunque mi cuerpo no pueda seguirla. Hoy echaré de menos aquella tierra y aquel paisaje. Hoy soy más consciente que nunca de que el niño de mis ojos y de mi alma, está creciendo sin mí.

 
Hace justo un año que estábamos esperándolo con impaciencia, hace justo un año que me retorcía las manos a cada rato, esperando una noticia, una llamada por megafonía... Ya hace un año, quien lo diría. 

Naciste tarde, Mico, todo el día nos tuviste esperando, pero claro, para ti era pronto, demasiado pronto. No tenías peso suficiente, nadie sabía si podrías vivir fuera sin ayuda y de todos modos te empujaron, te sacaron y te dejaste ver. Era mejor así, era la única forma de que no sufrieras. 

Verte por primera vez, sabiendo que tu madre estaba bien, fue maravilloso. Esos bracitos delgados y esas piernitas estiradas, parecías largo. No parabas de moverte, con los ojitos hinchados, esa cabeza pequeñita, y esa piel enrojecida. Una de las cosas más bonitas que he visto nunca, a pesar de el metacrilato que se interponía entre tú y yo.

Y sentirte un poco mío.

Eras tan pequeño, tan bonito...

Tenerte lejos hoy va a ser difícil, pero te compensaré a la vuelta, te lo prometo. Mientras, desearte tanta felicidad como seas capaz de soportar, todo el amor del mundo y una vida larga y plena. 

FELIZ CUMPLEAÑOS MICO. TE QUIERO.

miércoles, 28 de octubre de 2015

La vida sigue para todos los demás.

Era una noticia esperada, pero no por ello este tipo de noticias te pillan preparado.


Llevaba meses enferma, el último mes y medio prácticamente no se había levantado de la cama, hacía días que no comía y se había ido apagando de a poquito.

Ayer su cuerpo ya no pudo más, y dejó libre a su espíritu. Ayer, al encenderse la luna llena se apagó su luz.

El ambiente en el bote de camino a la vela era el típico de estos momentos, esa mezcla entre seriedad, solemnidad y risas nerviosas. Veinte personas, de diferentes edades, unas sentadas otras de pie, la mayor parte del tiempo en silencio. Era ya noche cuando salimos del muelle, no llega a media hora el trayecto desde aquí hasta allá, la luna alta ya, y la lluvia amenazando con alcanzarnos.

Saltar de bote en bote para llegar a tierra, en plena noche, subir por el camino de barro y llegar a una casa de madera iluminada por dos bombillas, gracias a una batería que alguien ha traído. Cada quien trajo algo, unos café, otros sillas de plástico, otros arroz, otros verduras, hay gallinas para matar y hacer sopa, para que la noche sea menos larga, sólo algunos se quedarán toda la noche, la mayoría de nosotros se habrá vuelto a casa dentro de un rato.

Comienza a llover, nos agrupamos y juntamos bajo los techos de zinc, pegados a las paredes de la casa, y en el pequeño porche, llueve duro y refresca. Traen más café y algunas galletas, sienta bien, entra caliente hasta el estomago, dulce y humeante, todos toman café, también los niños.

Ya hay algunas personas dormitando, otras hablando en pequeños grupos, mujeres en la cocina, de la que no para de salir el humo de la lumbre. Café de nuevo y lluvia...

Es hora de volver a casa, pocos se quedan ya. Mañana de mañanita estarán de vuelta algunos, otros vendremos más tarde; a las tres se habrá enterrado y la vida seguirá para todos los demás. No puede ser de otra forma.


Algunos familiares tras toda la noche de vela.

Camino del lugar de entierro.






martes, 27 de octubre de 2015

Yo no sé leer

Yo no sé leer.

No sé leer, en serio.

Me dice mientras me mira fijamente con esos ojos tan negros y una media sonrisa en los labios. Está sentado a mi lado, suficientemente cerca como para oir su respiración, pero no tanto como para rozarme.

Tiene más de treinta años, un hijo con un par de años menos de los que él mismo tenía cuando su hijo vino al mundo. Unos ojos negros, de esos en los que no se distinguen iris y pupila, porque son todo uno. Manos grandes y espalda ancha.

Tiene miedos irracionales y seguridades absurdas.

Y no sabe leer, y escribir apenas su nombre.

Sabe de la vida, del dolor y de supervivencia. De afectos y de lealtades. No sabe demostrarlo, no sabe manejarlos, no sabe leer sobre el papel, ni en las caras que lo miran. No sabe, no puede, no quiere...

No sabe leer, pero quiere aprender, y eso es lo más importante.



domingo, 25 de octubre de 2015

Carnaval acuático Río San Juan

Salir de las islas para ir al un evento de este tipo es todo un shock, gente, ruidos, música, colores... 
La tranquilidad de este paraíso se diluye en unos instantes, desde el mismo bote se oye la música,  el malecón está lleno de toldos de colores, el olor de la carne a la brasa, del pollo frito y de las patatas lo envuelve todo.
Acostumbrados a estar despreocupados y relajados, de repente todo se hace extraño y agobiante, algún percance que resolver.

Lo mejor de todo, estamos de vuelta en las islas.

































miércoles, 21 de octubre de 2015

Aprendiendo de la vida


De repente, como quien no quiere la cosa, te das cuenta de que sabes a que hora exacta tienes que estar en un determinado lugar cuando alguien te dice las “ocho y tantito”, eso que al principio era un mundo, una espera desde las ocho en punto, por si el tantito era pequeño.

De pronto, un niño te agarra de la mano y te dice “Anita, vayamos a apear guayabas”, y sabes exactamente que tienes que hacer y como.

Un buen día, te haces consciente de que no te miras los pies a cada rato porque tienes lodo bajo las uñas, sabes que ese lodo está ahí y estás conforme, lavarte los pies continuamente ha dejado de tener sentido.

Los mosquitos forman parte de tu vida, dejas de oírlos en tu oreja cada noche, aunque empiezas a percibir el sonido de la bandada a lo lejos.

Sabes que puedes pasar del muelle al bote, a cualquier bote, sin necesidad de que te den la mano, y sabes también que puedes pasar de bote a bote en mitad de la playa, con los dos botes en marcha.


Un día,  sin saber cómo, oyes un motor a lo lejos y sabes distinguir si es un bote o una panga, y sabes incluso de donde viene.

Cuando te paras a pensarlo, ya has aprendido a “zumbar el ancla”, a palanquear y a amarrar el mecate del bote a cualquier piedra sin que se suelte.

Sabes interpretar ciertas miradas y ese gesto, como de arrugar los labios, que no sólo entiendes, sino que lo imitas para señalar determinadas cosas, o a las personas.

Sabes sin saber cómo que va a llover. Sabes lavar ropa en una piedra, o bañarte con una pana.

Sabes porque has aprendido, y aprendiste porque has vivido.

martes, 13 de octubre de 2015

Celebrando el día de la Resistencia Indígena

No es muy cómodo ser española hoy en América, hoy 12 de octubre, día en que por primera vez Cristóbal Colon llego a estas tierras hace ya algunos años.

Por aquel entonces, y muchos años después, esta parte del mundo fue para los españoles una inmensa fuente de mano de obra, de riquezas y de poder. Y, si bien es cierto, nosotros no fuimos, que de aquello hace mucho, también es cierto que somos herederos de aquellos beneficios. 

Aquí, en Nicaragua, lo que se conmemora el 12 de octubre es la resistencia del pueblo indígena,  el valor de aquellos que plantaron cara a unos españoles que venían armados, montados a caballo e imponiendo por la fuerza su supremacía, su cultura y su religión.  Fue el Cacique Diriangén el primero en enfrentarse a los españoles, y quien plantó batalla, consciente de que los españoles no eran dioses, ni inmortales, sino simples hombres que venían a imponerse.

La resistencia no duró demasiado, y la ocupación por parte de los españoles dilató más de 300 años.

Estuvimos en el acto de la escuela de celebración de la Resistencia Indígena, y celebramos el encuentro, celebramos que dos pueblos se encontraron un doce de octubre y que por eso estamos hoy nosotros aquí,  apenas tres españolitos, en un archipiélago perdido en mitad del mar dulce. Encontrándonos y relacionandonos en condiciones de igualdad, después de tantos años.

Preparando la celebración 












miércoles, 7 de octubre de 2015

A machaquear...

La machaca o sabalete (Brycon guatemalensis), es un pez de agua dulce que vive en el lago Cocibolca, pertenece a la familia de las pirañas, tiene cuatro filas de dientes en las mandíbulas,  pero no tiene espinas en las aletas. Es un pez plateado de unos 30 o 40 centímetros de largo. No es muy apreciado para la venta, porque tiene muchas espinas muy pequeñas, aunque se comercia en seco durante los meses de verano, y se hace "chorizo" de machaca en todas las casas en las que entra. El chorizo se hace ahumando las machacas y desmenuzando la carne, quitando muy cuidadosamente todas las espinas, se hace un refrito con ajo, cebolla, chiltoma (pimiento) y chile, se añade la carne desmenuzada de la machaca y se deja al fuego. Después se le añade limón, sal y pimienta y está listo el choricito.

Durante la época de lluvias, las machacas suben por las quebradas para alimentarse de frutos o restos orgánicos, que caen a ellas durante las tormentas. Ahí es donde se las pesca en esta época del año.

Hay que ir a "machaquear" después de una noche de tormenta fuerte, entrar por la quebrada arriba y buscar pequeñas pozas. Meterse al agua y buscar con las manos por el fondo, se trata de agarrar las machacas a mano, así que hay que andarse rápidos. A veces los peces se quedan en zonas de escasa profundidad, y ahí es más fácil agarrarlas,  principalmente porque les ves el lomo casi todo el tiempo, y puedes escoger el momento de echarles mano. En las pozas con un poco más de profundidad todo es al tacto, así que es más complicado.
Como he dicho antes, las machacas tienen dientes, y comen de todo, pero creo que al ir agarrarlas, con el estrés se les olvida que pueden morder, y sólo huyen tan rápido como pueden.

Es muy divertido ir a por machacas, sobretodo para aquellos que saben hacerlo, y acompañan a quienes lo hacemos por primera vez. La sensación de tocar los peces sin verlos, los movimientos rápidos e imprevisibles, el agua fría y opaca de la quebrada... Es una experiencia increíble, espero tener la oportunidad de repetirla.

viernes, 2 de octubre de 2015

Salir sólo para poder quedarme

Atardece, el cielo se tiñe de un amarillo intenso, algunas nubes manchan de naranja el horizonte, la luz de esta hora del día es la más hermosa, suaviza todos los contornos y dulcifica el ambiente. Hay un grupo de chavalos jugando al fútbol en mitad de parque, un inmenso cuadrado de césped. A un lado del cuadrado la iglesia, enfrente la municipalidad, a un costado de ésta el supermercado y hoteles y bares al otro lado.
Mucha gente va en bicicleta por aquí,  y hay coches que pasan a cada rato, bares con música y tiendas de ropa, de electrodomésticos o de zapatos. Hay farolas, y luces en las casas y en los comercios. Todo se me hace raro, pero aquí estoy.
Hoy ha tocado salir de las islas.

Salimos siendo de noche todavía, las cuatro de la mañana eran; siete personas íbamos en el bote, el motorista y dueño del bote junto al motor, dos mujeres y una niña de unos cinco o seis años en el banco más cercano a la popa, y una mujer más, mi compañero de proyecto y yo en el siguiente banco. 
Nada más salir comenzó a llover, así que nos tapamos con los plásticos que habían preparado, este bote no tiene toldo. Vamos completamente tapados por el plástico negro, nosotros y las tres chicas del banco de detrás, desde fuera debe verse como dos bultos informes y negros, pero aquí debajo vamos nosotros, intentando que no nos llegue el agua de esta recia lluvia. Por suerte, para al rato, y podemos destaparnos. 

Amanece a la altura de la Venada, y todo se vuelve amarillo brillante, el sonido del motor nos acompaña de continuo. Horacio, el motorista, va concentrado y ensimismado, mirándonos a todos desde el fondo del bote. Algunos dormitan, otros vamos con los ojos abiertos. El viaje durará casi tres horas, a ritmo suave, la brisa en la cara y la imagen de la costa al frente, acercándose despacito.

San Carlos, que otras veces es destino final, hoy sólo es de tránsito; hay que salir de este país,  sólo para volver al entrar.

La ruta sigue, de nuevo en bote. Esta vez por río y no por lago, en concreto el Río Frio, desde San Carlos a Los Chiles, ya en Costa Rica. Hasta hace un año, esta era la única manera de cruzar la frontera por aquí, hoy ya hay una frontera terrestre, con carretera y puente y aduana y todo… pero nosotros hemos elegido el bote, más lento y más caro, sólo porque mañana tendremos que volver por carretera, y porque cuando te haces al vaivén del bote, no hay nada que te guste más. 
Las orillas del río tienen una tupida vegetación, robada a veces para que pueda asomar una casa, o el puesto fronterizo, o un embarque de ganado. En las ramas más altas se ven garrobos tomando el sol, y escuchamos a los monos aulladores, aunque no hemos conseguido verlos; pájaros de todos colores vuelan o están posados, y mariposas de gran tamaño vuelan a nuestro lado. Este paseo en barco es mágico.

Los Chiles no tiene nada de especial, es un pueblo frontera, con calles pavimentadas y calles de tierra, con casas bajas de colores increíbles, con parques y plazas. A un lado el río,  al otro la carretera, y en medio bastante tranquilidad. Hechos los trámites migratorios, tenemos el resto del día por delante, nada especial que hacer más que ir al supermercado, que en Solentiname no hay y en San Carlos tampoco, comprar algunos caprichos, y un par de regalos de cumple, a los que nos han invitado la semana que viene, y pasear. Poco más. Estamos aquí porque es necesario, porque para seguir allí, hay que salir de vez en cuando.

Dormiremos aquí hoy, y al levantarnos nos iremos en busca del bus, que nos llevará por carretera a la frontera, volveremos a realizar los trámites migratorios, pero a la inversa y estaremos de vuelta en San Carlos a media mañana, y en las islas por la tarde. Vuelta a la tranquilidad, la ausencia de coches, de luces y de ruidos, de supermercados y de tiendas. Lo estoy deseando.