lunes, 31 de agosto de 2015

Ver salir la luna, colarme en sueños y huir del ruido.

Camino descalza sobre las tablas de muelle, es una suave caricia para las plantas de unos pies que llevan todo el día en zapatos cerrados, húmedos y sudorosos, se agradece; las rugosidades de las tablas se sienten una a una como cicatrices que el tiempo ahonda en lugar de suavizar. 


Me siento en silencio en la punta del muelle, el lago delante y a ambos lados, la "isla del amor" enfrente, pequeña, con su palmera, inconfundible. El sol se esconde tras Mancarrón, la luna inmensa se impone sobre la Carolina y el Encanto. El reflejo de la luna llena corre casi paralelo a la orilla, hasta llegar a bañarme de luz.

Por fin, al ponerse el sol, se mueve el aire y una brisa fresca viene a acompañarme, trae el sonido de zanates y oropéndolas que llegan a dormir sobre los aguacates y mangos de esta isla. Dejo volar los pensamientos, que se me escapan a raudales.

Hay dos hermanos en el muelle de al lado, uno pescando, otro sólo sentado en la punta, como yo. Me llega muy amortiguado el suave rumor de sus palabras. Estos hermanos se llaman como los míos,  y pienso si habrá algún vínculo invisible, si tiene algún significado que compartan nombre con esas personas a las que tanto quiero. La última foto que mi hermano pequeño compartió era del otro pescando, a miles de kilómetros de aquí; están juntos y comparten atardeceres de pesca y pienso, por un momento, que me encantaría que estuvieran aquí, compartir con ellos este rato de tranquilidad. Estos hermanos, como los míos,  son muy distintos y a la vez semejantes. 

Mis hermanos estarán a esta hora ya dormidos, y espero haberme cruzado en sus sueños con mis pensamientos, seguro que el vínculo invisible entre ellos y yo sí que existe, seguro que me sienten cerca como yo a ellos, y quizá la coincidencia de nombres entre ellos y estos solo sirve para que yo me cuele en sus sueños un ratito esta noche.

Oigo pasos y voces a mi espalda, alguien llega al muelle, vendrán a disfrutar de la luna sobre el lago,  no es privilegio mío estar aquí,  pero me molesta. Saludo, me pongo las chanclas y me voy, son turistas, son españoles, son escandalosos… rompen de golpe la paz del momento, me refugio en la oscuridad de los aguacates, donde esta mi casita de hoy, y me dispongo a cenar.

viernes, 28 de agosto de 2015

Santa Rosa, la isla más familiar

La Santa Rosa es una isla pequeña, muy pequeña, queda a la espalda de una de las islas principales, y es casi completamente llana. La vegetación es baja, a excepción de algunas palmeras espigadas y algunos palos de mango, guanábana y otros frutales.

Santa Rosa está muy limpia, con zonas como ajardinadas, con arriates y flores. Hay mujeres barriendo cuando llegamos, y casi que barren sobre limpio.

La escuelita está en un pico de la isla, pintada de los eternos colores de las escuelas aquí, azul y blanco, colores de la bandera de Nicaragua y de los uniformes escolares. Los colores en los que están pintados todos los centros educativos del país.

En total, en Santa Rosa, hay once casas, todos los habitantes de la isla están relacionados familiarmente. Abundan los niños y niñas, que se encuentran en el receso de la escuela cuando llegamos, así que están en casi todas partes.

La mayor parte de los pobladores de Santa Rosa se dedica a la pesca, salen a diario y llegan a vender el pescado hasta San Carlos. También hay pescado puesto a secar cerca de las casas. Varios botes están a la vista en las orillas de la isla, y varios más están de pesca por los alrededores. Junto a una de las casas están construyendo un bote más, de madera de cedro de color rojizo, el suelo lleno de virutas de madera y dos hombres trabajando duro para hacer cuadrar todas las tablas. Los botes son todos estrechos y largos, el ancho da para que pueda ir una persona sentada y poco más.  Casi todos los botes están pintados de azul y rojo, con el nombre y la matrícula escritas en blanco.

Se respira tranquilidad, hay una especie de sopor, de silencio húmedo y blando. Una vez más,  estamos inmersos en la calma del día a día,  en las rutinas y las manías,  en la vida cotidiana. 

No hemos cumplido objetivos, no se ha llegado aún a la meta, aunque debería haberse alcanzado hace un tiempo. La calma, el sopor, se contagian e invaden los resquicios de nuestro proyecto. El baile a distinto ritmo provoca pisotones, desencuentros e incluso caídas; no queda más remedio que levantarse, ajustar los ritmos y seguir bailando, somos pareja obligada de baile, y la música no para.







miércoles, 26 de agosto de 2015

Volveremos, hay que volver.

Tiene los ojos tan claros como el Caribe y el pelo color de cobre, sentada sobre una piedra en el porche de su casa limpia arroz recién cortado en un huacalito de jícaro.

Comparte una tortilla de maíz con la lora que esta a sus pies, y espanta a los pollos que intentan comerse las migas que se le escapan a la lora. Casi no levanta la cabeza cuando le hablamos, y solo nos damos cuenta de que no nos ha entendido cuando su hijo le traduce nuestras palabras, entonces sí levanta la cabeza, nos mira y responde. Hablamos más despacio a partir de ahora, y miramos al hijo, ya que ella casi no levanta la mirada, concentrada como está en su tarea monótona de separar granos de otras cosas.

Dos hamacas cuelgan del techo, una verde y amarilla y otra naranja y roja, las dos ocupadas, una el hijo, otra el yerno. Un pequeñín de un año, o algo menos, gatea por el suelo de tierra compactada, hasta llegar a sentarse sobre una caja de plástico azul colocada estratégicamente al centro de la estancia. En la mesa junto a la entrada una chica jovencita pinta pájaros de balso,  colores alegres y llamativos, rosa, rojo, verde, amarillo… La mamá del pequeñín pasa y se lo lleva en brazos, van a bañarse al lago; están de vuelta antes de que acabemos de hablar, goteando ella, liado en una toalla y en brazos él.

Nadie se levantó de su sitio cuando llegamos, nadie se levanta ahora que nos vamos. Volveremos el lunes próximo,  volveremos a romper la quietud de esta familia, la magia de los quehaceres diarios, de las pequeñas rutinas y manías.  Volveremos sólo para irnos de nuevo.

sábado, 22 de agosto de 2015

Dos horas de punta a punta

Esta es una isla pequeña, aunque es la mas grande del archipiélago, desde la última casa de la otra punta de la isla hasta aquí se tarda como dos horas andando. Ayer lo hicimos, estuvimos allá en una reunión,  fuimos en bote y regresamos andando.


Aunque esa era la idea inicial, al terminar la reunión lo dudamos un poco porque había estado lloviendo duro, pero la tormenta, con sus rayos y sus truenos, parecía ir de paso; lo dudamos porque eran las tres de la tarde y Horacio insistía en que nos volviéramos en el bote, porque no íbamos a llegar antes de las cinco; pero oscurece a las seis y algo, así que teníamos tiempo suficiente.


                               


El camino hasta aquí va siempre cerca de la playa, así es como llaman a la orilla, y se puede ver casi continuamente a nuestra izquierda. No es mas que un pequeño senderito que pasa de casa en casa al principio, donde las viviendas están más alejadas unas de otras. Como digo,es un sendero estrecho y con mucho lodo, por todo lo que ha llovido, nunca se pierde del todo pero a veces salen otros caminos que sólo llevan a campos de arroz o de plátanos.

En cada casa nos saludan y en cada casa nos indican por donde seguir, todo el mundo es amable y acogedor.
Atravesamos varias alambradas, hay vacas, cerdos y gallinas.

Pasadas las primeras casas dispersas, el sendero baja con fuerte pendiente y se adentra en la selva, de repente parece que estuviera oscureciendo. Se suda doble aquí dentro, todo transpira, y no te queda más que dejarte empapar de tu transpiración y de la del bosque. Es sobrecogedor mirar arriba y no ver el cielo, el camino se mantiene sólo porque se usa, es la ruta para ir de una comunidad a otra, esto o el bote… si la gente dejase de pasar por aquí en unos días desaparecería el sendero por completo.

Ya ni vacas, ni cerdos, ni gallinas, ahora alguna pequeña iguana, güises, chocollos, hormigas y chicharras de ruido ensordecedor.


En un rato llegamos al otro sector, este de casas más juntas, aquí está la escuelita y estan los chavalos jugando al futbol en medio de las casas. Nos invitan a unirnos al juego, pero no queremos que se nos haga de noche por el camino, asi que quedamos en pasar cualquier otra tarde a jugar con ellos.



Vuelta al bosque , vuelta a las chicharras. Salimos del bosque, campos de arroz y plataneras. Zopilotes que nos sobrevuelan, pericos escandalosos de árbol a árbol. Troncos para pasar las quebradas, y barro, mucho barro.


                                     


Llegamos al último grupo de casas antes del “pueblo”, también están jugando fútbol aquí, estamos a unos veinte minutos de nuestro destino, así que podemos parar un ratito, charlar y observar; solo hay una chica jugando, lo demás son chicos, los hay desde ocho o nueve años hasta adultos, unos con camiseta, otros solo en calzonas, ella con falda de flores rosadas. Los hay que van descalzos, algunos llevan botas de tacos y otros botas de hule, alguno hay en calcetines, uno fue negro y el otro blanco, ahora se han igualado los colores. El balón es negro, y cuando lo patean cerca de donde estamos, junto al una de las porterías, me doy cuenta de que es un balón de baloncesto.


Seguimos ruta, ya nos queda poco, por aquí el camino está encharcado, hay auténticas lagunillas que tenemos que sortear con cuidado, pasando sobre piedras en precario equilibrio o sobre troncos resbaladizos, por supuesto algún pie cae dentro del charco, por supuesto entra agua lodosa en los zapatos, no sé por qué tanto empeño en evitar lo inevitable.


Llegamos al pueblo después de una pequeña subida, resoplando y acalorados, pensando en la ducha y la cena, pero antes pasamos por la pulpería a tomarnos una Coca cola bien fría. Son las cinco y media de la tarde y estamos en casa, no nos ha llovido y es de día cuando llegamos, lo hemos hecho bien, hay que celebrarlo.


jueves, 20 de agosto de 2015

No pudo más, se durmió.

Tiene apenas siete años, quizás seis, se ha empeñado en venir con su padre y ahí va, camiseta amarilla descolorida,  calzonas azul marino y botas de hule. Camina hacia el muelle delante de mí,  seguro de sí mismo, el bidón de gasolina en una mano, un mecate en la otra; haciéndonos saber que le necesitamos, que viene porque es imprescindible. La espalda recta, la cabeza alta, ni un tropiezo.

Cuando salimos es ya por la tarde, está bastante nublado, pero no llueve por ahora. 
El bote es pequeño, las tablas que sirven de asientos están cubiertas con un toldo blanco de plástico, por si llueve.


El sonido monótono del motor, fue molesto al principio pero pronto se convirtió en un runrún que acompaña, el vaivén del agua del lago, y siempre paralelos a la costa, a esa exuberancia verde que llega al agua y sube varios metros, distintos verdes, alguna flor roja, blanca o amarilla. Pasamos junto a ensenadas y muelles de piedra, desde el bote vemos garzas, ibis, cormoranes, iguanas y galleguitos.


Muelle de piedras y garza tigre.
Es largo el viaje hoy. Él, el de la camiseta descolorida, se ha quitado las botas y camina descalzo por el bote, nos va contando el nombre de las islas, el de los pájaros. Mantiene siempre un ojo en su padre, atento a cualquier indicación,  a cualquier necesidad.  Increíble como se mueve, el equilibrio perfecto fruto de las muchas horas de vaivén a pesar de su corta edad.

Está atardeciendo cuando venimos de vuelta. Él está sentado a la proa, los pies descalzos colgando hacia dentro del bote, le tenemos de frente, nos mira, nos estudia, casi tanto como yo a él; nuestras miradas se cruzan a veces, sonreímos y apartamos la mirada, como si se hubiera esfumado el interés mutuo, solo para sorprendernos mirándonos de nuevo al rato.


El cielo se tiñe de naranja, inmenso y luminoso, el verde de las islas se va convirtiendo en negro, sombras oscuras que asoman al agua. Los primeros murciélagos pescadores se cruzan ya por delante del bote, a ras de agua.

Va poco a poco oscureciendo, cada vez más sombras y menos palabras. Él se acurruca debajo de la proa, a resguardo del viento y de la lluvia, hecho un nudo más junto al enredo de mecates, sobre el chaleco salvavidas. Se duerme mecido por el movimiento del bote, acunado por el runrún del motor. Su padre lo mira con cariño, no pudo más, nos dice, se durmió. 
Será él quien, al llegar de vuelta, lo saque del bote en brazos, desafiando el continuo vaivén que no para ni aún con el bote amarrado a muelle.

Mañana más.

lunes, 17 de agosto de 2015

NADA QUE DECIR

Porque a veces sobran las palabras, porque a veces un gesto lo dice todo, porque a veces es más hermoso que cada quien imagine la historia.


Porque a veces las manos hablan si el corazón sabe escuchar.

viernes, 14 de agosto de 2015

Privilegiada espectadora de una realidad cambiante.

Las cosas van despacio en cooperación,  debe ser así para que se aúnen los ritmos. Las cosas van despacio en Nicaragua, al suave que dirían acá,  y Solentiname es quizá lo más pausado de este hermoso país. 

Los avances son lentos y los objetivos tardan en cumplirse. Pero a veces se cumplen, y eso es maravilloso,  poder ser espectadora de esto y tener capacidad para valorarlo, con todas sus carencias, es un auténtico privilegio.

Hace algunos años, un grupo de mujeres solicitó que se les apoyase con la construcción de un horno, hubo que hacer cálculos,  algo así como un plan de empresa, calculo de costes, plan de trabajo.... Desde el proyecto se aportaron parte de los materiales, la comunidad puso la madera; desde el proyecto se contrató a un maestro albañil y de la comunidad salieron los peones. Mano a mano, y al suave, siempre al suave, se construyó el horno. 

Ya se hacía pan para la comunidad, y también sobraba algo para vender. Alguna torta básica también salió de aquel horno en los primeros tiempos.

Lo siguiente fue hacer un curso de repostería,  y participaron muchas mujeres, algunas de aquella comunidad, y también de otras comunidades. Aprendieron nuevas recetas e ideas creativas de decoración y presentación de los platos; no todas las recetas aprendidas necesitan horno, algunas basta con freír,  e incluso algunas solo amasar y mezclar ingredientes.


Ayer cumplí años, y pasamos a ver a Doña Isabel, el horno queda cerca de su casa, y ella participó en aquel primer curso de repostería,  le encargaron una tarta (queque, se dice aquí) para mí. ¡Ahora es posible! Se puede tener una hermosa tarta de cumpleaños en las islas, sin tener que ir hasta San Carlos a por ella.

Esta es mi hermosa tarta de cumple.

Para algunos de vosotros esto quizá sea superficial, puede que no os parezca importante, pero imaginad cuanto iguala a estas comunidades poder  celebrar un cumpleaños en condiciones similares a las de otras poblaciones, sin necesidad de viajar un día entero, sin necesidad de perder ese día de trabajo, sin necesidad de pagar un boleto de viaje de ida y de regreso, ¿en cuanto aumenta todo esto el precio de un queque?. Imaginad lo que supone algo tan superfluo, tan prescindible y a la vez tan arraigado en las costumbres sociales.

Celebrando en el muelle.

Lo celebramos, sí.  Tengo que agradecer a los compis que hicieran de este día algo tan especial, que se molestaran en sorprenderme y me acompañaran en un rato tan lindo. GRACIAS CHIC@S.

jueves, 13 de agosto de 2015

DEJARSE EMPAPAR



De repente notas que se mueve el aire, el ambiente se refresca un poco y los pájaros revolotean nerviosos.

Ponte a cubierto si puedes, si no es posible déjate empapar, no hay más.  Sólo es agua, solo moja.

Después del aire vienen las primeras gotas, pequeñas, refrescantes. Ya no se mueven los pájaros,  tampoco el aire.

Si no te escondiste,  tempo tuviste.

Después de las gótitas pequeñas y refrescantes, vienen gotas más gruesas, hermosas, las ves caer casi como un hilo continuo. Desde el borde de los tejados los hilos se convierten en pequeñas  columnitas.

Y el sonido, no sé cómo describirlo, los goterones sobre el tejado de zinc, el chapoteo en los charcos. Ensordecedor a veces, relajante otras veces.

Los pies llenos de barro, la camiseta empapada y los pantalones también. Mezcla de sudor y de gotas de lluvia.

Que te pille fuera, que te empape, que te cale hasta los huesos... disfrútalo.  Sólo es agua, sólo moja,  sólo limpia y corre con todo el barro.

Chocoyo disfrutando de la lluvia

domingo, 9 de agosto de 2015

BUENOS DÍAS

Amanece suavemente cuando me levanto, primera mañana en Solentiname.
Es temprano y aprovecho para darme una ducha,  ha parado de llover y no hace demasiado calor todavía.

En la casa ya están todos levantados. Doña Lidia, mi mamá nica, está en la cocina preparando el desayuno, su hijo trae agua en un cubo para fregar los trastes, y la pequeña Melisa esta barriendo y fregando el suelo del porche.

Desayuno en una mesa  con mantel de lunares, Doña Lidia es quizás la mejor cocinera de la isla, cuida los detalles y siempre pregunta por las preferencias de los comensales. Hoy preparó limonada, gallopinto,  pipian cocido y revuelto, además me puso piña y té, y un par de panecitos tostados con mantequilla.

¿verdad que tiene un aspecto delicioso?

Martina está desayunando a la vez que yo, y un menú parecido, sólo le faltan el pipian y el revuelto.

Esta es Martina.

Mientras desayunamos van pasando hacia la escuela los chavales de secundaria, es sábado, y como aquí no hay instituto, las clases de secundaria se hacen en la escuela un fin de semana si y uno no, vienen chavales de todas las islas y  las familias de aquí les dan alojamiento a los que vienen de fuera, para que puedan asistir a clases los dos días,  sin tener que ir y volver cada día.

Doña Lidia, mi mama de acogida aquí, tiene tres hijos naturales, aunque la mayor está viviendo en Managua y viene cada vez menos. Tiene una perrita que se llama Canela, una guacamaya roja que se llama Martina y una lorita de nuca amarilla, para estas dos tiene una jaula, en la que sólo les pone la comida y que está siempre con la puerta abierta.  También tiene un patio estupendo lleno de frutales y de flores.

Terminado el desayuno es hora de dar un paseo y saludar a la gente a la que no vi ayer.

sábado, 8 de agosto de 2015

Por fin en casa, en otra casa

Llevo ya más de 60 horas de viaje, pero por fin el destino está cerca, suficientemente cerca como para sentirlo.

 Hace unas horas, al pasar la última frontera, ya se notaba la humedad cálida después de la lluvia, sudaba cuando me revisaba el equipaje en la parte costarricense y no lo hacía menos  cuando entregaba la boleta de entrada al Nicaragua. El trámite de paso e aduanas siempre me ha parecido tedioso, además es imposible no sentir una leve inquietud, aunque los policías sean amables e incluso bromistas. No es agradable. Tengo un amigo que dice que su deseo para la humanidad es que las fronteras desaparezcan, y a mí siempre me ha parecido un gran deseo.

Llegar al muelle desde el que saldrá nuestro bote es maravilloso, allí ya hay gente conocida,  que me saluda y me abraza como si me hubiesen visto ayer, aunque hace más de dos años que estuve en estas tierras por última vez.

El olor del lago, la lluvia que cae como un diluvio, el calor intenso y el calor humano hacen que ya me sienta en destino, aunque aún tardaremos tres horas en llegar.

El bote se llama Cocibolca, como el lago, y es uno e los dos “colectivos” de la islas, es decir,  como el autobús que viaja dos veces en semana desde el archipiélago a San Carlos, la ciudad más cercana.
El colectivo sale a la una desde San Carlos, y es una experiencia que a mí me encanta. Hoy era día de cobro de los profes, así que van de regreso a las islas la mayoría de ellos, además de muchos más habitantes de las islas,  y hasta un par de turistas. Navegamos lentamente, las islas se ven ya desde la salida, así que puedes sentir como se acercan poco a poco, yo creo que esto hace el viaje aun más lento de lo que realmente es. Además de las personas, el colectivo traslada las mercancías adquiridas. Cosas tan variopintas como láminas de zinc para los tejados, aprovisionamiento para las ventas, sacos de patatas o frutas, bombonas de butano o pichingas de gasolina o agua. Va todo amontonado en aquellos huecos en los que no hay asientos, en la proa o sobre el techo.


Tardamos dos horas en llegar al la primera “parada”, en la isla de la Venada, las paradas son lentas porque hay que descargar mercancías en cada una de ellas. A veces la parada no se hace en un muelle, sino que otro bote (normalmente más pequeño) se coloca en paralelo al lado el colectivo y personas y mercancías pasan directamente de bote a bote, lo cual me parce un auténtico ejercicio de malabarismo, con botes a diferentes alturas y con distinto movimiento y cadencia, me quedo embobada ante este espectáculo.

Don Eduardo está de pesca en su pequeño bote rojo, pesca con tarralla, una red circular con plomos en el borde que hay que saber lanzar para que se abra  completamente y sea efectiva, está tan concentrado en su tarea  que ni siquiera mira el traspaso de la familia y sus mercancías desde el colectivo al bote, lo que para mí es un espectáculo del que no puedo apartar la vista, para él  pasa desapercibido completamente.

En una hora desde la primera parada estamos en la última,  la nuestra, por fin en casa.

jueves, 6 de agosto de 2015

Nos vemos a la vuelta

Las perras están tumbadas en el hormigón, aun caliente después de todo el día al sol, ajenas a las palabras que se pronuncian a solo unos metros de donde ellas están dormitando.  Palabras que no les incumben, deben pensar, porque no hablan de paseo o de comida; y cierto es que no les incumben, de ellas me despedí hace rato, mientras paseabamos juntas, ahora les tocan apenas unas caricias en la cabeza...




Nos ignoran mientras mi madre me abraza y le pido que se cuide,  mientras miro al peque de la casa y le ruego que no crezca demasiado, y a su madre le pido que no deje que me olvide.

Abrazos y palabras que se suman a las de ayer, y a las de esta mañana, y que pesan, pesan tanto que resbalan con suavidad por mis mejillas.

Mi viaje comenzó ayer, y seguirá mañana, está hecho, me voy, ya estoy en camino. Itaca allá vamos. Mi brújula me pide Sur, mi alma me pide selva y las islas me están llamando.

El tiempo pasa en un vuelo, y no hay quien lo detenga. Antes de darnos cuenta se habrá acabado, nos vemos a la vuelta.