Una se acostumbra porque no queda más remedio, porque no siempre se puede estar sobrecogida, porque lo desolador se vuelve cotidiano.
Pero aquel día, aquel primer día tras el paso del huracán Otto, después de una tarde y una noche de viento y lluvia, de ruidos estremecedores en mitad de la noche oscura, de carreras bajo la intensa lluvia, después de mucho café con pan, cuando por fin amaneció, la imagen era desoladora. Muchos de los ruidos de la noche eran árboles cayendo, o ramas partiéndose. Aquella mañana no había un solo camino transitable. Salir a ver lo que había ocurrido, comprobar que no había nadie herido, o lo que era peor, perdido. Ver que las casas del pueblo no estaban dañadas.
Con la cantidad de árboles que han caído, parece un milagro que ninguna casa fuese sepultada por un árbol, que nadie resultase herido.
Hay casas afectadas en otras islas, y sobretodo hay cosechas perdidas, ¿qué van a comer a partir de enero, en pleno verano y sin cosecha de frijol? ¿cómo van a sobrevivir el año que viene, si no les ha quedado ni un solo chagüite?. Las plantaciones de maiz están segadas completamente, casi a ras de suelo, todas. Estos días, quizá el próximo mes, o tal vez dos meses, habrá para comer de lo cosechado anteriormente, pero a partir de ahí, se esperaba estar cosechando frijoles de nuevo, para comer y para vender, pero ¿y ahora?.
Dios proveerá, eso creen aquí. Ojalá así sea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario