Al amanecer ya
estábamos en camino.
El sedero sale
desde detrás de las casas y va paralelo a la orilla del lago; entre los árboles
se vislumbra el sol salir, el reflejo en el agua de un amarillo pálido; las siluetas
oscuras de otras islas; la antena recién instalada.
Hay que caminar casi
una hora para llegar hasta el monte donde se siembra, por un sendero que sube y
baja, atraviesa varias quebradas, pasa cerca de algunas casas y muy cerca de la
orilla del lago a ratos. Estos días está lloviendo bastante, así que las
quebradas llevan bastante agua, y el sendero es casi como un pequeño riachuelo
de lodo. Cuesta andar sin resbalarse, es
decir, me cuesta andar sin resbalarme, porque a mis compañeros de camino parece
que no les cueste.
Cada quien carga
su comida para el día, agua. Y además llevamos un saco de arroz (una lata es la
medida) para sembrarlo.
Se siembra tierra
adentro, en una loma que a tramos resulta bastante empinada.
Trabajamos en
silencio, cada quien con su tarea; unos hoyando la tierra con unos espeques de
madroño, otros llenando los huecos con pequeños puñaditos de arroz, los perros
matando ratas.
Aquí se quema el
monte para preparar la tierra para la siembra, y se riega veneno para los
pájaros y las ratas. Son métodos con los que yo no comulgo, pero entiendo que
es lo más fácil y lo más rápido, teniendo en cuenta que todo el trabajo se
realiza de forma manual, con machete, con espeque y agachando el lomo, lo
comprendo. Porque cuando has pasado toda una mañana sembrando bajo el sol, o
bajo una lluvia recia, y llegas a la mañana siguiente, después de una hora de
caminata, cargado y sudando, y te encuentras que una buena parte de los huecos
del día anterior te los han abierto las ratas, y se han llevado la mayor parte
del arroz, te dan ganas de envenenarlas a todas.
Silencio. Sólo se
oye el canto de algunas aves, el latido de los perros a ratos, el sonido
rítmico del espeque hoyando la tierra húmeda, algún sonido metálico de algún
machete a lo lejos. Básicamente silencio.
En algunas zonas
alrededor de donde estamos, ya han brotado los primeros granos, ya asoman
algunos grupos de hojitas verdes sobre la tierra, tengo una sensación de
alegría al verlos. No los he sembrado yo, pero alguien puso su esfuerzo y su
sudor para que esas plantas nazcan, y es una sensación estupenda, más aun
sabiendo que esos granos que ahora están brotando serán el alimento de la
familia durante los meses siguientes.
Se está sembrando
ahora, a finales de mayo o inicios de junio, y se espera la cosecha para
septiembre, si todo va bien y llueve suficiente.
Poco más abajo,
un hombre anda espantando palomas, tórtolas y zanates. Espantando y matando, si
puede, a golpe de tirachinas o de honda. Su arroz ya está sembrado, ha empezado
a asomar sobre la tierra, y tiene que defenderlo para alimentar a la familia.
Pasará horas y horas en este monte durante los próximos días, cuidando el
arroz, entretenido aquí y allá, plantando semillas de pipián, o de calala,
entrenando con la honda, o cazando algún garrobo, para acompañar el arroz que
trae de casa, de camino al monte se aprovisiona de mangos.
Una vez terminada
la lata de arroz que traíamos para sembrar, nos vamos de vuelta. Queda otra
hora de caminata hasta llegar a casa. Hoy ha hecho sol, tengo la nuca colorada,
la camiseta y el pantalón empapados de sudor, los pies ni los siento dentro de
las botas de hule, alguna ampolla en la mano derecha de andar hoyando con el
espeque. Pero voy contenta, la sensación de ver los primeros brotes de lo que
será muy pronto un arrozal es estupenda.
Ana ,,lo repito me encanta como escribes y me parece maravilloso lo que haces,,,miles de besos
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