sábado, 8 de agosto de 2015

Por fin en casa, en otra casa

Llevo ya más de 60 horas de viaje, pero por fin el destino está cerca, suficientemente cerca como para sentirlo.

 Hace unas horas, al pasar la última frontera, ya se notaba la humedad cálida después de la lluvia, sudaba cuando me revisaba el equipaje en la parte costarricense y no lo hacía menos  cuando entregaba la boleta de entrada al Nicaragua. El trámite de paso e aduanas siempre me ha parecido tedioso, además es imposible no sentir una leve inquietud, aunque los policías sean amables e incluso bromistas. No es agradable. Tengo un amigo que dice que su deseo para la humanidad es que las fronteras desaparezcan, y a mí siempre me ha parecido un gran deseo.

Llegar al muelle desde el que saldrá nuestro bote es maravilloso, allí ya hay gente conocida,  que me saluda y me abraza como si me hubiesen visto ayer, aunque hace más de dos años que estuve en estas tierras por última vez.

El olor del lago, la lluvia que cae como un diluvio, el calor intenso y el calor humano hacen que ya me sienta en destino, aunque aún tardaremos tres horas en llegar.

El bote se llama Cocibolca, como el lago, y es uno e los dos “colectivos” de la islas, es decir,  como el autobús que viaja dos veces en semana desde el archipiélago a San Carlos, la ciudad más cercana.
El colectivo sale a la una desde San Carlos, y es una experiencia que a mí me encanta. Hoy era día de cobro de los profes, así que van de regreso a las islas la mayoría de ellos, además de muchos más habitantes de las islas,  y hasta un par de turistas. Navegamos lentamente, las islas se ven ya desde la salida, así que puedes sentir como se acercan poco a poco, yo creo que esto hace el viaje aun más lento de lo que realmente es. Además de las personas, el colectivo traslada las mercancías adquiridas. Cosas tan variopintas como láminas de zinc para los tejados, aprovisionamiento para las ventas, sacos de patatas o frutas, bombonas de butano o pichingas de gasolina o agua. Va todo amontonado en aquellos huecos en los que no hay asientos, en la proa o sobre el techo.


Tardamos dos horas en llegar al la primera “parada”, en la isla de la Venada, las paradas son lentas porque hay que descargar mercancías en cada una de ellas. A veces la parada no se hace en un muelle, sino que otro bote (normalmente más pequeño) se coloca en paralelo al lado el colectivo y personas y mercancías pasan directamente de bote a bote, lo cual me parce un auténtico ejercicio de malabarismo, con botes a diferentes alturas y con distinto movimiento y cadencia, me quedo embobada ante este espectáculo.

Don Eduardo está de pesca en su pequeño bote rojo, pesca con tarralla, una red circular con plomos en el borde que hay que saber lanzar para que se abra  completamente y sea efectiva, está tan concentrado en su tarea  que ni siquiera mira el traspaso de la familia y sus mercancías desde el colectivo al bote, lo que para mí es un espectáculo del que no puedo apartar la vista, para él  pasa desapercibido completamente.

En una hora desde la primera parada estamos en la última,  la nuestra, por fin en casa.

2 comentarios:

  1. Buen viaje Ana. Estos viajes pasan a los archivos de las experiencias Vitales. Besos

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    1. Gracias Agustina... estar aquí es en parte gracias a ti. ;)

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