Hace tres días que no sale el sol, llueve casi continuamente, sólo cambia la intensidad. A veces llueve con tanta fuerza que el sonido sobre el zinc te impide oír nada más, a ratos la lluvia es tan suave como una caricia fresca, y apetece dejar que las gotas te mojen. El caso es que desde hace días llueve, y es bueno, le hace mucha falta al lago que está muy bajo, le hace falta al campo y es imprescindible para los cultivos.
Pero claro, así no hay manera de lavar ropa, o mejor dicho, no hay manera de que se seque.
Así que, cuando está mañana al amanecer vi que el horizonte estaba despejado, me fui a lavar, con la esperanza de que la lluvia nos diera una pequeña tregua.
Para lavar ropa hay que bajar hasta “la playa”, donde están los lavaderos, en estas islas no hay agua corriente, tampoco electricidad. Preparo toda mi ropa sucia en un balde, agarro jabón, me pongo un pantalón corto y la camiseta de batalla, me calzo las botas de hule, y a caminar.
Ya he contado antes que los caminos para bajar a la playa son estrechos, sinuosos y enlodados, el que baja de mi casa no es diferente, quizá sólo un poco más empinado que otros. Bajo en silencio, despacito para no caerme, ya que con tanta lluvia todo resbala de más, voy integrándome en el verde que lo domina todo.
En este pedacito de playa hay un lavadero grande, con tres piedras, es un lugar muy tranquilo y bonito. El agua me queda bastante por encima de las rodillas cuando llego a la altura del lavadero, no está fría y tampoco caliente, en realidad es bastante agradable. Lavar la ropa se convierte en un rato de meditación y tranquilidad, es una tarea monótona que puede hacerse sin pensar en ello. Mojar la ropa, restregar jabón y frotar, así durante un rato, después enjuagar en el lago concienzudamente y exprimir. La ropa limpia se va amontonando a un lado, mientras mis pensamientos vuelan de isla en isla, repasando tareas pendientes para hoy, observando los zopilotes que me sobrevuelan, la garza que está pescando en la orilla y ese gran martín pescador verde, negro y blanco posado en las ramas bajas que no para de mirarme. Algunas tortugas asoman la cabeza alrededor de donde estoy lavando, curiosas pero huidizas y los cormoranes bucean y salen a la superficie a intervalos regulares, a veces con pescado en la boca, a veces sin nada.
Tan concentrada y a la vez distraída estoy, que no me doy cuenta de que llega otra mujer a lavar, doy un respingo cuando me da los buenos días y se ríe, nos reímos. Charlamos y me observa, hay españolas que no frotan la ropa, dice, y se extraña de lo bien que restriego yo… imagino que es más un cumplido que una realidad, sobretodo porque me enseña cómo lo hace ella, como lo hacen todas acá, desde muy niñas a muy mayores.
Ya casi he terminado la colada, mi pequeña montaña multicolor está llegando a su punto más alto, el olor del jabón lo inunda todo y pequeñas pompas nos rodean. Voy colocando la ropa dentro del balde, dándole antes una vuelta más a cada prenda, para asegurarme de llevar el mínimo de agua, para que la ropa seque cuanto antes.
Me sumerjo en el agua antes de salir, para subir fresquita, me despido y comienzo el camino de vuelta, cuesta arriba y cargada de ropa mojada, menos mal que me mojé y menos mal que aún está nublado.
Durante el día descarga alguna que otra nube, pero poca cosa, tampoco sale el sol del todo, y la ropa se va secando con pereza, al caer la noche aún está húmeda, habrá que esperar a mañana, habrá que esperar que haga sol.
Gracias por estos raticos cotidianos!!!
ResponderEliminarMMMUA!
Ana;;;;me encanta todo lo que escribes,,miles de besos
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